jueves, 27 de febrero de 2014

PARA COMENZAR EL AÑO LEYENDO Y DISFRUTANDO DE LOS PERSONAJES CLÁSICOS: CAPERUCITA ROJA PARA TODOS LOS GUSTOS...

A LA MAYORÍA DE LOS LIBROS Y AUTORES QUE SE MENCIONAN EN ESTE ITINERARIO, SE LOS PODRÁ ENCONTRAR EN LAS COLECCIONES LITERARIAS QUE SE ESTÁN ENVIANDO A TODAS LAS ESCUELAS DEL PAÍS...

La lectura de Caperucita Roja hoy y de siempre...
Sus inicios, sus múltiples versiones y un repaso por los autores contemporáneos que cuentan un nuevo relato para seguir encantando a chicos y a grandes.

"Contamelo otra vez", la frase tan repetida por los niños.
Así, pareciera, funcionan algunos textos de la literatura infantil y juvenil que se reconocen con la etiqueta de “clásicos”. De algunos, incluso, se desconoce su nacimiento y los estudiosos estiman fechas y hacen conjeturas.
He aquí uno de ellos: Caperucita Roja, elegido del menú literario arbitrariamente (muchas otras historias forman parte de los clásicos de todos los tiempos: Cenicienta, Blancanieves, Hansel y Gretel, entre tantísimos otros), pero también porque es un cuento que los autores contemporáneos eligen como punto de partida para un nuevo relato, que se desprende de la gran y vieja historia.

Había una vez una niña…
Las primeras versiones del encuentro de una niña con un lobo provienen de la tradición oral y es el francés Charles Perrault quien las convierte en escritura por primera vez, incluyendo la historia en su libro Cuentos de mamá Oca en 1695. En esta versión con final trágico, donde el lobo se come a la pequeña, el narrador introduce nuevos elementos, que serán claves en la permanencia e identificación del cuento, como es la capa roja.

Por otro lado, tanto en los cuentos orales, como en el relato de Perrault, se mantiene la idea del lobo que le pide a la niña que se desvista. Los estudiosos reconocen un mensaje de advertencia para las jovencitas, sobre los peligros de encontrarse con un lobo, y aquí, más allá de todo juego metafórico, se hace explícito el peligro real, teniendo en cuenta que en el siglo XV circulaban versiones de pastorcillos que morían por ataques de lobos.

115 años más tarde (en 1812), en Alemania, los hermanos Grimm (Jacob y Wilheml) componen una nueva versión, adaptada al contexto cultural de la época, donde aparece el final feliz, con la figura del cazador que salva a la niña y a la abuela de la panza del lobo.
A partir de ahí, en el terreno de la literatura infantil y juvenil, se han sucedido muchísimas ediciones de este cuento que originalmente fue pensado para un público adulto.

 Autores contemporáneos de distintos países toman la historia, la reelaboran haciendo que los personajes cambien los roles, tomen nuevas posiciones y en otros escenarios. En las versiones modernas, resulta que Caperucita Roja no es tan “buena”, ni tan “ingenua”, ni el lobo “tan feroz”; aparecen niñas valientes, desafiantes, malas, rebeldes y lobos tímidos, inocentes.


Escenas donde Caperucita mata al lobo con un revolver y se hace un abrigo con su piel (Caperucita Roja y el Lobo de Roald Dahl), o un lobo tímido que se enfrenta a una niña mala que busca lobos para confeccionar capas (Lobo rojo, Caperucita feroz de Elsa Bornemann); una Caperucita inteligente, que hiere al lobo a través de la palabra, con dichos negativos y éste huye deprimido (Pobre lobo de Ema Wolf); también cambios en el escenario, como Caperucitas atravesando la ciudad (Cinthia Scoch y el lobo de Ricardo Mariño) y otras adaptaciones que le dan la primera palabra al lobo, para que limpie su imagen o cuente su versión de los hechos (Habla el Lobo de Patricia Suárez), entre tantos otros.

Un relato que va cambiando, pero que se sustenta en la primera versión y permite que los nuevos lectores conozcan a estos personajes entrañables y disfruten de aventuras adaptadas a la época, con lenguajes y señas típicas de estos tiempos.

Algunos ejemplos:
Caperucita Roja de Liliana Cinetto (basada en la de los hermanos Grimm) e ilustraciones de Mariano Díaz Prieto, Buenos Aires, Pictus, 2008.

Una caperucita roja de Marjolaine Leray, Barcelona, Océano Travesía, 2009.
Es un libro compuesto por poco texto -que requiere por parte del lector el conocimiento de la historia- e ilustraciones en negro y rojo y que nos muestra una Caperucita implacable y vengativa. Una historia con bastante humor negro que resulta atractiva para los más grandes (sobre todo los adultos) y tal vez no recomendable para los más chicos.

Caperucita Roja, Verde, Amarilla, Azul y Blanca de Bruno Munari y Enrica Agostinelli, Madrid, Anaya, 1998.
En este libro cada color construye una versión diferente de la historia: Caperucita Verde es amiga de las ranas y estas la salvan del lobo; Caperucita Amarilla vive en la ciudad y contempla cómo el tránsito urbano puede ser tan peligroso como el bosque; Caperucita Azul es pescadora y lucha contra un pez-lobo y Caperucita Blanca está cubierta por un manto de nieve que la hace invisible ante la mirada del lector –misterio que se resuelve con páginas en blanco-. Es posible contemplar esta versión como un juego en el que se desarma y rearma el cuento clásico apostando a la cooperación constante del lector.

Caperucita Roja y el lobo de Roald Dahl. Texto incluido en Cuentos en verso para niños perversos, Buenos Aires, Alfaguara, 2008. Ilustraciones de Quentin Blake
Se trata de una historia contada en versos rimados en la que Caperucita, más interesada por lo que cree un tapado de piel que por la apariencia de su abuelita, altera una de las preguntas del cuento tradicional. El comentario “¡Qué imponente abrigo de piel llevas este invierno!” provoca enojo en el lobo pero Caperucita se defiende matándolo con un revólver. El irreverente Dahl despliega una vez más su ilimitada transgresión y nos cuenta en el final que desde entonces Caperucita no desfila una caperuza sino una piel de lobo.

Caperucita Roja del Noroeste versión libre del cuento de Charles Perrault e ilustraciones e idea original de Walter Carzon, Buenos Aires, Albatros, 2008.
Esta Caperucita es una guagüita que vive en la Quebrada de Humahuaca. El relato se alterna con pictogramas, algunos pueden resultar difíciles para un lector no acostumbrado al vocabulario de la zona pero el libro incluye –de modo un poco escondido- un glosario de pictogramas. También contiene una sección informativa sobre la cultura colla. Ideal para los defensores de lo regional y los pueblos originarios.  

Caperucita Roja (tal como se lo contaron a Jorge) de Luis María Pescetti e ilustraciones de O´Kif, Buenos Aires, Alfaguara, 1996.
Mientras el padre narra la historia construye en su imaginación la iconografía clásica del cuento y al mismo tiempo el hijo que escucha reconstruye el relato en una versión contemporánea, influenciada por el cómic y con un toque de heroísmo paterno. Es un verdadero libro álbum y (casi) impecable. Resulta curioso que O´Kif sólo figure como ilustrador y no como co-autor ya que sin sus ilustraciones no habría historia.

Cruel historia de un pobre lobo hambriento de Gustavo Roldán. Incluido en Sapo en Buenos Aires, Buenos Aires, Colihue, 1989.
Es un cuento que aporta al relato tradicional la visión de los animales del monte. Don Sapo, rodeado de los animales del lugar, es el encargado de narrar. Durante el diálogo, los juegos verbales generan equívocos humorísticos, y además se proyecta una burla al uso del “tú” y del “vosotros” que los humanos emplean cuando relatan estos cuentos.

Otros ejemplos humorísticos:
- Lobo rojo, Caperucita Feroz de Elsa Bornemann, Buenos Aires, El Ateneo, 1991. Ilustraciones de Oscar Delgado

- Pobre lobo de Ema Wolf. Incluido en Filotea, Buenos Aires, Alfaguara, 2001. Ilustraciones de Matías Trillo.

- Cinthia Scoch y el lobo de Ricardo Mariño. Cuento incluido en Cinthia Scoch, Bueno Aires, Sudamericana, 1991.

- Caperucita Roja II. El regreso de Esteban Valentino, cuento incluido en el libro del mismo nombre, Buenos Aires, Colihue, 1995.

- Habla el Lobo de Patricia Suárez. Buenos Aires, Norma, 2004. Ilustraciones de Pez.
 Más transposiciones de género:

- Caperuza cocinera de Guillermo Saavedra. Poema incluido en Cenicienta no escarmienta, Buenos Aires, Alfaguara, 2003. Ilustraciones de Nancy Fiorini.

- Carta a Caperucita Roja de Elsa Bornemann. Poema incluido en Disparatario, Buenos Aires, Alfaguara, 2000. Ilustraciones de O´kif.

- Limerick de María Elena Walsh. Incluido en Zoo loco, Buenos Aires, Fariña Editores, 1965; ilustraciones de R. Varsavsky. Varias reediciones, actualmente en Alfaguara con ilustraciones de Perica.
  
Pasaron más de 300 años y Caperucita Roja, narrada o recontada, sigue transmitiéndose y encantando.

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TRES CAPERUCITAS 

Caperucita Roja y el lobo de Roal Dalh
En Cuentos en verso para niños perversos

Estando una mañana haciendo el bobo
le entró un hambre espantosa al Señor Lobo,
así que, para echarse algo a la muela,
se fue corriendo a casa de la Abuela.
"¿Puedo pasar, Señora?", preguntó.
la pobre anciana, al verlo, se asustó
pensando: "¡Este me come de un bocado!"
Y, claro, no se había equivocado:
se convirtió la Abuela en alimento
en menos tiempo del que aquí te cuento.
Lo malo es que era flaca y tan huesuda
que al Lobo no le fue de gran ayuda:
"Sigo teniendo un hambre aterradora...
¡Tendré que merendarme otra señora!"
Y, al no encontrar ninguna en la nevera,
gruñó con impaciencia aquella fiera:
"¡Esperaré sentado hasta que vuelva
Caperucita Roja de la Selva!"
que aquí llamaba al Bosque la alimaña
creyéndose en Brasil y no en España.
Y porque no se viera su fiereza.
se disfrazó de abuela con presteza,
se dio laca en las uñas y en el pelo,
se puso la gran falda gris de vuelo,
zapatos, sombrerito, una chaqueta
y se sentó en espera de la nieta.
Llegó por fin Caperu a mediodía
y dijo: "¿Cómo estás, abuela mía?
Por cierto, ¡me impresionan tus orejas!".
"Para mejor oírte, que las viejas
somos un poco sordas". "¡Abuelita,
qué ojos tan grandes tienes!. "Claro, hijita,
son las lentillas nuevas que me ha puesto
para que pueda verte Don Ernesto
el oculista", dijo el animal
mirándola con gesto angelical
mientras se le ocurría que la chica
iba a saberle mil veces más rica
que el rancho precedente. De repente,
Caperucita dijo: ¡Qué imponente
abrigo de piel llevas este invierno!".
el Lobo, estupefacto, dijo: "¡Un cuerno!
O no sabes el cuento o tú me mientes:
¡Ahora te toca hablarme de mis dientes!
¿Me estás tomando el pelo...? Oye, mocosa,
te comeré ahora mismo y a otra cosa".
Pero ella se sentó en un canapé
y se sacó un revolver del corsé,
con calma apuntó bien a la cabeza
y -¡pam!- allí cayó la buena pieza.
Al poco tiempo vi a Caperucita
cruzando por el Bosque... ¡Pobrecita!
¿Sabéis lo que llevaba la infeliz?
Pues nada menos que un sobrepelliz
que a mí me pareció de piel de un lobo
que estuvo una mañana haciendo el bobo.
Ilustración de Quentin Blacke para Caperucita y el lobo de Roal Dalh


Caperucita Roja de James Finn Garner
En Cuentos infantiles políticamente correctos.

Érase una vez una persona de corta edad llamada Caperucita roja que vivía con su madre en la linde de un bosque. Un día, su madre le pidió que llevase una cesta con fruta fresca y agua mineral a casa de su abuela, pero no porque lo considerara una labor propia de mujeres, atención, sino porque ello representaba un acto generoso que contribuía a afianzar la sensación de comunidad. Además, su abuela no estaba enferma; antes bien, gozaba de completa salud física y mental y era perfectamente capaz de cuidar de sí misma como persona adulta y madura que era.
Así, Caperucita roja cogió su cesta y emprendió el camino a través del bosque. Muchas personas creían que el bosque era un lugar siniestro y peligroso, por lo que jamás se aventuraban en él. Caperucita roja, por el contrario, poseía la suficiente confianza en su incipiente sexualidad como para evitar verse intimidada por una imaginería tan obviamente freudiana
De camino a casa de su abuela, Caperucita Roja se vio abordada por un lobo que le preguntó qué llevaba en la cesta.
-Un saludable tentempié para mi abuela quien, sin duda alguna, es perfectamente capaz de cuidar de sí misma como persona adulta y madura que es –respondió.
-No sé si sabes, querida –dijo el lobo-, que es peligroso para una niña pequeña recorrer sola estos bosques.
Respondió Caperucita:
-Encuentro esa observación sexista y en extremo insultante, pero haré caso omiso de ella debido a tu tradicional condición de proscrito social y a la perspectiva existencial –en tu caso propia y globalmente válida- que la angustia que tal condición te produce te ha llevado a desarrollar. Y ahora, si me perdonas, debo continuar mi camino.
Caperucita Roja enfiló nuevamente el sendero. Pero el lobo, liberado por su condición de segregado social de esa esclava dependencia del pensamiento lineal tan propia de Occidente, conocía una ruta más rápida para llegar a casa de la abuela. Tras irrumpir bruscamente en ella, devoró a la anciana, adoptando con ello una línea de conducta completamente válida para cualquier carnívoro. A continuación, inmune a las rígidas nociones tradicionales de lo masculino y lo femenino, se puso el camisón de la abuela y se acurrucó en el lecho.
Caperucita roja entró en la cabaña y dijo:
-Abuela, te he traído algunas chucherías bajas en calorías y en sodio en reconocimiento a tu papel de sabia y generosa matriarca.
-Acércate más criatura, para que pueda verte –dijo suavemente el lobo desde el lecho.
-¡Oh! –repuso Caperucita-. Había olvidado que visualmente eres tan limitada como un topo. Pero, abuela, ¡qué ojos tan grandes tienes!
-Han visto mucho y han perdonado mucho, querida.
-Y, abuela, ¡qué nariz tan grande tienes!… relativamente hablando, claro está, y a su modo indudablemente atractiva.
-Ha olido y ha perdonado mucho, querida.
-Y…¡abuela! Qué dientes tan grandes tienes!
Respondió el lobo:
Soy feliz de ser quien soy y lo que soy –y, saltando de la cama aferró a Caperucita Roja con sus garras, dispuesto a devorarla.
Caperucita gritó; no como resultado de la aparente tendencia del lobo hacia el travestismo, sino por la deliberada invasión que había realizado de su espacio personal.
Sus gritos llegaron a oídos de un operario de la industria maderera (o técnico en combustibles vegetales, como él mismo prefería considerarse) que pasaba por allí. Al entrar en la cabaña, advirtió el revuelo y trató de intervenir. Pero apenas había alzado su hacha cuando tanto el lobo como Caperucita roja se detuvieron simultáneamente.
-¿Puede saberse con exactitud qué cree usted que está haciendo? –inquirió Caperucita.
El operario maderero parpadeó e intentó responder, pero las palabras no acudían a sus labios.
-¡Se cree acaso que puede irrumpir aquí como un Neandertalense cualquiera y delegar su capacidad de reflexión en el arma que lleva consigo! – prosiguió Caperucita-. ¡Sexista! ¡Racista! ¿Cómo se atreve a dar por hecho que las mujeres y los lobos no son capaces de resolver sus propias diferencias sin la ayuda de un hombre?
Al oír el apasionado discurso de Caperucita, la abuela saltó de la panza del lobo, arrebató el hacha al operario maderero y le cortó la cabeza. Concluida la odisea, Caperucita, la abuela y el lobo creyeron experimentar cierta afinidad en sus objetivos, decidieron instaurar una forma alternativa de comunidad basada en la cooperación y el respeto mutuos y,  juntos, vivieron felices en los bosques para siempre.


Ilustración de tapa de Caperucita Roja de James Finn Garner
Caperucita Roja de Gianni Rodari
En Cuentos por teléfono

- Érase una vez una niña que se llamaba Caperucita Amarilla.
- ¡No Roja!
- ¡AH!, sí, Caperucita Roja. Su mamá la llamó y le dijo: "Escucha Caperucita Verde..."
- ¡Que no, Roja!
- ¡AH!, sí, Roja. "Ve a casa de tía Diomira a llevarle esta piel de patata."
- No: "Ve a casa de la abuelita a llevarle este pastel".
- Bien. La niña se fue al bosque y se encontró a una jirafa.
- ¡Qué lío! Se encontró al lobo, no a una jirafa.
- Y el lobo le preguntó: "Cuántas son seis por ocho?"
- ¡Qué va! El lobo le preguntó: "¿Adónde vas?".
- Tienes razón. Y Caperucita Negra respondió...
- ¡Era Caperucita Roja, Roja, Roja!
- Sí y respondió: "Voy al mercado a comprar salsa de tomate".
- ¡Qué va!: "Voy a casa de la abuelita, que está enferma, pero no recuerdo el camino".
- Exacto. Y el caballo dijo...
- ¿Qué caballo? Era un lobo
- Seguro. Y dijo: "Toma el tranvía número setenta y cinco, baja en la plaza de la Catedral, tuerce a la derecha, y encontrarás tres peldaños y una moneda en el suelo; deja los tres peldaños, recoge la moneda y cómprate un chicle".
- Tú no sabes explicar cuentos en absoluto, abuelo. Los enredas todos. Pero no importa, ¿me compras un chicle?
- Bueno: toma la moneda.
Y el abuelo siguió leyendo el periódico.

Ilustración de Alessandro Sanna para Caperucita Roja de Gianni Rodari.

Texto extraído de la página web del PLAN NACIONAL DE LECTURA - Sección ACTUALIDAD: