jueves, 22 de mayo de 2014

LECTURAS PARA PENSAR EL "25 de mayo"

25 de mayo (LECTURAS)
Nuestra identidad colectiva se encuentra en permanente construcción y es el pueblo quien aporta desde su historia, proyectos y desde su diversidad cultural la principal materia para edificarla.
Para fortalecerla es necesario crecer sobre raíces sólidas, rescatando la memoria y reconociendo en la propia historia aquello que nos identifica.
Es por ello que la conmemoración del 25 de mayo es una excelente ocasión para reflexionar sobre nuestro pasado, sobre la lucha por la emancipación, y también sobre los desafíos que implica ser coherentes hoy con esa voluntad de libertad y soberanía.

Mapping sobre el Cabildo de la Ciudad de Buenos Aires durante los
festejos del Bicentenario de la patria en la noche del 25 de mayo 2010.
PLAZA VACÍA, GENTE COMO UNO (FELIX LUNA)

Imaginemos un día nublado y medio lluvioso, de esos que son tan frecuentes en el otoño porteño. Imaginemos que un vecino resuelve pasarlo junto al río, pescando. Con sábalo o algún bagre, a la tardecita regresa a su casa. Su mujer le pregunta si trae alguna noticia, si vio algo novedoso. El hombre le dice que no: todo lo que hizo fue tirar la línea en las toscas. Ese día podría haber sido el 25 de Mayo de 1810 y ese porteño pudo haber sido uno de los tantos que no se enteró de nada de lo que ocurrió en aquella jornada. El cabildo abierto del 22 de mayo reunió a menos de quinientos vecinos y Buenos Aires tenía, en ese momento casi 40.000 habitantes. Es decir que sólo el 1 por ciento de la población participó de aquella trascendental reunión en la que se asentaron las bases conceptuales y jurídicas que fundamentarían el relevo del virrey y su reemplazo por una junta designada –o más bien, asentida– por el pueblo. Es probable, entonces, que la asamblea reunida más o menos tumultuosamente frente al Cabildo en la mañana del 25 de Mayo, no haya tenido un rating muy superior: 1000 o 1500 vecinos, como máximo. Nuestro pescador habría formado parte, pues, de la enorme mayoría que nada tuvo que ver con la transición del sistema colonial a un régimen nuevo, implícitamente comprometido con la independencia de estas tierras.
Naturalmente, la escasez de participación popular no resta al 25 de Mayo la enorme importancia que tuvo, por varios motivos. En primer lugar, deponer a un representante del rey y reemplazarlo por un cuerpo colegiado era algo insólito y atrevido aunque Cisneros no representara al monarca español sino al organismo que gobernaba en España a su nombre, en vista de la cautividad de Fernando VII. Y aunque esta fuera, en realidad, la segunda oportunidad en que ocurría un hecho como este en Buenos Aires, pues cuatro años atrás una pueblada había exigido la deposición de Sobremonte por su incompetencia y cobardía frente a la invasión inglesa. Pero en 1806 esa verdadera revolución paso casi inadvertida entre las luchas por la Reconquista; ahora, en 1810, el derrocamiento del virrey era el resultado de un tranquilo y racional debate entre unos pocos vecinos, "la parte más sana y principal" de la capital del virreinato.
En segundo lugar, lo que ocurrió el 25 de Mayo fue muy importante porque de algún modo significó la presencia activa de los militares criollos en el proceso político. Las milicias populares que se habían levantado en Buenos Aires desde 1806 estaban compuestas por criollos y por españoles, divididos en regimientos según sus lugares de origen. Pero en esos cuatro años se habían vivido procesos muy diferentes en los cuerpos peninsulares y en los criollos. Aquéllos estaban integrados por comerciantes y artesanos, para quienes el oficio de las armas era una molestia; los criollos, en cambio, por ser pobres, se habían tomado muy en serio sus nuevas profesiones de soldados, vivían de sus sueldos y raciones y concurrían puntualmente a los ejercicios. En poco tiempo adquirieron una capacidad de fuego temible y esta superioridad se vio en enero de 1809, cuando Liniers reprimió fácilmente, con su ayuda, el conato de golpe organizado por el alcalde Alzaga. Ahora, en mayo de 1810, fueron los Patricios quienes hicieron la guardia de la Plaza, dejando entrar a los adictos y rechazando suavemente a los adversarios. Los "fierros" los tenían los regimientos criollos y esta circunstancia fue decisiva para apurar el derrocamiento del virrey Cisneros.
Y una tercera circunstancia notable: tanto en la reunión abierta del 22 como en el compromiso adquirido el 25 de Mayo por los componentes de la Junta, se dejó claramente sentada la necesidad de convocar a los representantes del pueblo de las restantes ciudades del virreinato para que homologaran lo decidido por el de Buenos Aires. Si éste había obrado como lo hizo era por razones de urgencia, como "hermana mayor" –según dijo Paso_. Pero se reconocía la necesidad de que un paso tan trascendente quedara avalado por el pueblo del virreinato.Y en este reconocimiento venía implícita la idea de federalismo y también la noción de la integridad del virreinato.
De nada de esto, claro está, pudo enterarse el vecino que en la tarde de esa jornada regresó a su casa con un par de pescados colgando de su hombro... Pero seguramente tardó muy poco tiempo en advertir que lo sucedido ese día también involucraba su propia vida. Porque de comienzos tan triviales como el de esta revolución burguesa y municipal, pueden venir consecuencias tan drásticas como la que conlleva la creación de una nueva Nación.
Nada más ni nada menos.

(Nota aparecida en Página/3, revista aniversario de Página/12, junio de 1990.)

LA REVOLUCIÓN Y SUS TAREAS (TULIO HALPERÍN DONGHI)

Desde el 22, el orden colonial ya no existe, pero su sucesión no está resuelta. El Cabildo, urgido por los comandantes, asume el 23 el poder vacante, para crear al día siguiente una Junta, que presidirá el ex virrey e integran dos de los promotores de la crisis (Saavedra y Castelli) y dos representantes de la tendencia intermedia puesta en evidencia el 22 (Incháurregui y Solá). Pero los dos revolucionarios, que comienzan por aceptar sus cargos, comunican en la noche del 24 que se retiran de la apenas constituida Junta: nuevamente Saavedra frustra las esperanzas de Cisneros, y la Junta entera renuncia, invocando la resistencia encontrada en una parte del pueblo. Al día siguiente el
Cabildo comienza por rechazar esa renuncia e invitar a la Junta a contener a la parte descontenta, “teniendo V.E. las fuerzas a su disposición”. Pero esta hipótesis está lejos de cumplirse; hay nuevamente agitación en la plaza, y los capitulares creen oportuno “explorar nuevamente el ánimo” de los comandantes, no sin recordar “que el día de ayer se comprometieron a sostener la resolución y la autoridad de donde emanaba”. Esas evocaciones no impresionan a los comandantes: a las nueve y media de la mañana éstos comparecen ante el Cabildo y se afirman incapaces de frenar la agitación del pueblo y las tropas. El tumulto crece y los capitulares creen oportuno aminorar la intransigencia: es necesario que el ex virrey deje la presidencia de la Junta. Del cercano fuerte llega en efecto la solicitada disminución, o más bien, un curioso sustituto de ella: los miembros de la Junta declaran que Cisneros,“con la mayor generosidad y franqueza” acaba de comunicarles su decisión de renunciar, y sugieren que el Cabildo le designe de inmediato un reemplazante.
Eso no es lo que quieren los que se agolpan en la plaza, y ahora también en el recinto capitular; en su nombre un perentorio documento hace saber a los capitulares que el pueblo ha reasumido las facultades delegadas el 22 en el Cabildo, que “revoca y da por de ningún valor la Junta erigida y anunciada en el bando de ayer... y quiere que V.E. proceda a manifestar por otro bando público la elección de vocales que hace”. Las tergiversaciones terminan cuando los voceros del pueblo amenazan que “mandarían... que se abriesen los cuarteles; en cuyo caso sufriría la ciudad lo que hasta entonces había procurado evitar”. Sin duda el acta capitular, fuente principal sobre los hechos del lejos de ofrecer un testimonio desinteresado; muy evidentemente ha sido redactada teniendo cuidado de desvincular al Cabildo de toda responsabilidad en una iniciativa que podía costar muy caro a sus autores. Pero no hay duda de que la amenaza de usar la fuerza de las milicias fue el elemento decisivo. ¿Basta esto para negar, como gusta de hacerlo más de un historiador, el carácter popular de la revolución que comenzaba y asimilarla entonces a las revoluciones militares que no iban a escasear en el futuro?.
La conclusión no parece demasiado evidente: la transformación de las milicias en un ejército regular, con oficialidad profesionalizada, es un proceso que está apenas comenzando, y por el momento los cuerpos milicianos son, más bien que un elemento autónomo en el conflicto, la expresión armada de cierto sector urbano que sin duda los excede. ¿Este sector puede ser llamado popular?. He aquí una pregunta que quienes han negado tajantemente el carácter popular de la Revolución de Mayo han omitido formularse, y acaso sea necesario imitar su prudencia. No es dudoso en todo caso que ese sector hallaba más fácil que su rival encontrar eco en la población urbana en su conjunto; que su consolidación y su emergencia como aspirante al poder había aislado de ella a los grupos más limitados que tenían su destino ligado al viejo orden. Señalado esto, no se ha resuelto por cierto el problema del carácter de la revolución, que no es idéntico al del porcentaje de la población de Buenos Aires que participó en la jornada del 25; es la concreta política del poder revolucionario la que puede dar la clave para resolverlo.
Por el momento, esa política encierra un fuerte elemento de prudencia: el primer objetivo de la nueva autoridad es obtener un triple certificado de legitimidad, otorgado por el Cabildo, la Audiencia y el virrey; con esos impresionantes avales se presentará ante las autoridades subordinadas a las cuales va a reemplazar, exigiéndoles disciplinado acatamiento. El primero en inclinarse a esa exigencia es el virrey; en ese 26 en que pone su firma a la comunicación que le es exigida, Buenos Aires presenta un espectáculo en verdad nuevo. “Todo está en silencio –observa un testigo realista- ellos mismos son los que andan arriba y abajo por las calles con los sables arrastrando metiendo ruido y nadie se mete con ellos.” Han comenzado los tiempos en que la calle es de los vencedores y tras las ventanas cerradas los vencidos atesoran sus rencores y esperan en el futuro: “tenemos que ver muchas novedades entre ellos- ...muchos han de estar descontentos entre ellos por lo que no les ha tocado parte de la presa”. Junto con el aprendizaje de la libertad, Buenos Aires comienza el de la discordia; y los nuevos gobernantes, al exigir el aval de aquel a quien han derrocado, hacen algo más que ceder a los escrupulosos de unos súbditos que no se deciden a dejar de serlo; preparan nuevas armas para una lucha que saben dura e incierta.

(Fragmento extraido de Historia Argentina. De la Revolución de Independencia a la Confederación Rosista, © Tulio Halperín Donghi, © Paidós, 1972)

SOBRE LAS FIESTAS PATRIAS (ARTURO JAURETCHE)

Desde la salida del sol hasta el fin del Tedéum el “batallón infantil”, muerto de frío y cansancio, se aguantaba seis horas largas. Recién después del Tedéum, el Himno Nacional y los discursos que los seguían, la gente se marchaba a la Intendencia Municipal a los compases de la marcha “San Lorenzo”, para presenciar el desfile escolar que el batallón infantil encabezaba. Creo que la distinción que este lugar significaba, influía para que hubiera mantenido su marcial formación durante tantas horas; pero también debe tenerse en cuenta el hecho de que el desfile terminaba ante las bandejas de la confitería de Pontiroli en los corredores de la Municipalidad, con el reparto de las masas; la preeminencia militar nos aseguraba elegir de las masitas preferidas y no de los rezagos que quedaban para los últimos. Con dos en la mano y otra en la boca –y mejor si de crema– quedaban compensados todos los trabajos de la mañana.
Por la tarde, la fiesta patria continuaba en la cancha de carreras a la orilla del pueblo. Se corrían las de sortijas y algunas pollas con premios y también solía haber domas de potros. Después empezaban las cuadreras con largas e interminables partidas en las que los corredores ponían a la par sus parejeros y se iban convidando, tratando de ventajearse mutuamente en el pique.
Generalmente terminaban por largar con bandera. Más de una vez, vi en la raya un fallo discutido y solían salir los cuchillos y sonar algún revólver.
Recuerdo algo que mi impresionó pero que, ahora, se me hace grato. Vi un entrevero de esos en que participaron más de quince paisanos y del que resultaron diez o doce heridos pero ninguno grave: punta y hacha y planazos, lujo de cuchilleros. La gente de aquellos pagos era, en general, de buena índole y peleaba más bien por jactancia de destreza o prueba de hombría, y no mataba sin necesidad. Más bien, se floreaba con el arma en la mano: era un gusto de varón.
Los fuegos artificiales culminaban en la noche la fiesta patria y se renovaba todos los años el prestigio de las bengalas, de la estrellas voladoras, de los soles crepitantes y los fuegos rojos, verdes, amarillos y azules sobre el telón negro del cielo, con las estrellas oscurecidas por los resplandores de los castillos incendiados y los combates navales, el giro velocísimo de las ruedas gigantes y las enloquecidas que se desprendían rotando y terminaban por extinguirse en estallidos luminosos, allá arriba. Pero me parece que lo que causaba más impresión eran las proyecciones cinematográficas en la calle, seguramente reservadas para los 25 de Mayo, porque los 9 de Julio eran muy fríos. Recuerdo vagamente la comicidad de Toribio y Sánchez; llegó también Max Linder. Eran “las vistas” –entonces se decía así, como ahora es “bien” y también biógrafo– al cinematógrafo que terminó en cine, según protestaba el tartamudo, que había tenido mucho trabajo para aprender los primeros nombres. Pero lo inolvidable no son las “vistas” sino los comentarios de la multitud venida del fondo de los campos, en aquella “platea” de gente a caballo, en sulkies, en charrets, en carros y hasta en los vagones de las estancias.
Aquella avenida Massey, con el telón delante en el medio de la calle –con el proyector en el balcón ochava de la Municipalidad– cubierta por toda clase de vehículos ocupados y jinetes, pudiera dar el modelo, sin necesidad de traerlo de afuera, pero lo que no se podrá reproducir es la espontaneidad comunicativa de las risotadas, de punta a punta de la móvil platea y de la participación de espectadores, que vivían intensamente lo que ocurría en la pantalla. Eran como niños, mis paisanos de entonces en el pueblo; pero niños gigantes que hacían los más duros trabajos durante todo el año y sólo tenían para reír ese momento de la fiesta patria.
Pero terminemos con las fiestas patrias.
A la hora misma en que finalizaban en la calle las “vistas” o estallaban los fuegos artificiales para el “pópulo minuto”, especialmente rural, empezaba el baile de gala, en la Municipalidad –si la situación política era fluida– o en el Club Social, si era tensa. Pero éste es tema que irá en otro lugar más adelante.

(Fragmento extraido de “de memoria” pantalones cortos, Arturo Jauretche, © A. Peña Libro Editor S.A., 1972)