martes, 16 de abril de 2013

Liliana Bodoc...una de las escritoras que visita las escuelas de la mano del Plan Nacional de Lectura


Entrevista%20a%20Liliana%20Bodoc.jpg
“Los cuentos nos ayudan a amar las cosas"
DEL LIBRO SUCEDIÓ EN COLORES

La reconocida escritora y autora de La saga de los confines y de tantos otros textos que leen niños y jóvenes acompaña desde hace cuatro años el trabajo del Plan Nacional de Lectura y recorre escuelas de las distintas provincias de nuestro país llevando palabras con formas de libros, recuerdos e historias.
De paso por Buenos Aires, café de por medio en el bar Homero Manzi del barrio de Boedo, cuenta su experiencia en el Plan, los aprendizajes y desafíos de cada viaje y su compromiso renovado con las palabras.
Define su trabajo en el Plan Nacional de Lectura como un compromiso honradamente renovado cada año, y cuenta: “Cuando me llegó la invitación me gustó y agradecí que me quisieran incorporar, pero de verdad no me imaginé que iba a ser un compromiso tan fuerte para mí”.

-¿Qué representa para vos el trabajo que lleva a cabo el Plan Nacional de Lectura y cuáles son los desafíos para este año?

- Un lugar en el que la literatura se compromete seriamente con la sociedad. En primer lugar va adonde jamás va una editorial, adonde no se ven- den libros y lleva escritores para que promocionen la palabra, la libertad de pensamiento.
El Plan Nacional de Lectura llega a los lugares más carenciados, abandona- dos y subsumidos y llega despojado de la individualidad del escritor: no voy yo a hablar de mí ni a vender libros, va un escritor a hablar de literatura, de las palabras, de lo bien que nos hacen, de cuánto nos curan, de cuánto nos remedian. Para mí esa es la gran y extraordinaria apuesta del Plan.
En cuanto a los desafíos, por un lado me parece que hay que seguir traba- jando en la cuestión geográfica para tratar de llegar a más escuelas; si bien se ha abarcado mucho, por suerte hay una demanda enorme. Y por otro lado, el trabajo con los mediadores. Me parece muy importante atender el mundo de los adultos: los profesores, los padres que son replicadores de la lectura.


-¿Qué pasa con estos espacios ligados a la literatura en un ámbito institucional como la escuela?

- La literatura en la escuela pasa según el docente, eso para mí es absolu- tamente categórico. El mismo cuento, el mismo programa, cambia absoluta- mente según se trate de un docente u otro.
Yo me he encontrado con un montón de docentes interesadísimos, preocupados, ocupados, apasionados y también con maestros que cuestionan su importancia. En algunos casos, parece que todavía la literatura está confinada al lugar del puro pasatismo y no se entiende que es conocimiento, tan serio e indispensable como cualquier otro.
Creo que sigue siendo clave el individuo docente enfrente de ese curso, tiene que saber que está ofreciendo conocimiento. En esta materia el Plan plantea un espacio muy nuevo y creativo, arranca la literatura de la gramática, de la sintaxis, de buscar narradores y puntos de vista, la arranca de la matriz escolar, entendida en el peor de los sentidos y la relaciona con la vida y con el creador de ese cuento.

-¿Qué llevás en tus visitas a las escuelas?

- Llevo libros, recuerdos, anécdotas y a veces con los más chiquitos, nos hemos animado a cantar alguna canción.
A los chicos les gusta mucho entrarle al escritor por el lado de lo íntimo. Te dicen: “Usted, cuando era chiquita, ¿qué hacía, qué le gustaba?”. A mí me parece que es una amable puerta de entrada, que después hay que reunir con la literatura.
Una cosa a la que obliga el Plan, que a mí me parece está muy bien, es a enfrentarte con situaciones absolutamente disimiles y con chicos de distintas edades. Me encuentro por ejemplo, con un montón de chicos de 5 años que obviamente no me han leído porque no tienen edad para leer lo que escribí, pero eso no tiene ninguna importancia. Hay que encontrar el caminito para llegar a hablar con ellos de lo hermosas, musicales y coloridas que son las palabras, de cómo les hacen falta para crecer.
Eso para mí es un aprendizaje extraordinario y siento que en el Plan de Lectura hay una cuestión mutua, donde uno no va solamente a dar desde un lugar, hasta podría decir, autoritario, como “Yo soy la escritora y mirá cómo te vengo a dar”; para mí tiene que ver con otra cosa, es “Vení, mi amor, vamos a conversar”.
A mí no se me va nunca de la cabeza que para que estemos acá haciendo esto, necesariamente en este modelo social, tiene que haber otra gente que no tiene nada; hay una ecuación macabra que de otra manera no cierra. Quiere decir que si yo pude darme el “lujo” de investigar sobre las palabras y estudiar qué pasaba con las corrientes críticas en Europa, todo eso fue a costa de alguien. Entonces cuando voy a las escuelas la sensación que tengo es: “Vengo a darte esto que es tuyo, que también te pertenece”. Para mí, ahí hay una cosa muy humana, muy amorosa.

-¿Cuáles han sido los lugares que más te han movilizado?

Donde me siento más útil y mejor posicionada es en los lugares en los que sabemos que se trata de un evento importante, que haya alguien ahí hablándoles de contar un cuento; un lugar donde el niñito se siente privile- giado y amado porque alguna vez, alguien está haciendo por él alguna cosa que no tenga que ver con lo utilitario.
Es decirles “Vení, mi amor, que te voy a contar un cuento. Claro que hay que traerte comida, vacunas, zapatillas, pero yo te voy a contar un cuento, porque te lo merecés, porque es tu derecho”. Si no, también está creciendo en desigualdad con respecto a los demás.
En mi recorrido, estos lugares tienen que ver con el norte del país; en las escuelas de Salta, Jujuy, Formosa uno puede visualizar esta realidad. También en el sur muy sur, donde he tenido contacto con escuelas que en su gran mayoría tienen alumnos mapuches, con toda esa problemática particular y dolorosa, donde hay un desgajamiento de su lenguaje, de su propia cultura.
Hay lugares donde claramente un libro es un milagro y así es recibido, también un escritor es un milagro allí. Estos son los lugares que en lo personal más me han conmovido.


MUCHO QUE APRENDER

Sus manos se mueven al compás de las palabras, mira siempre a los ojos y repite las frases para marcar los énfasis con que define sus ideas, sus amores y sus broncas.
Mientras llama al mozo y le dice “Un cortadito, mi amigo”, cuenta que disfruta escribir, relata anécdotas de cuando era chica, la impronta que eso tiene en sus textos, y reconoce que allí están las verdaderas matrices de su literatura; analiza los contrastes de los alumnos según la escuela a la que van y reflexiona sobre su propia escritura en función de los lectores y de la realidad que le muestran.
En este diálogo con los lectores niños o con los posibles lectores hay mu- cho que aprender para entender qué les importa y qué no, dónde radican las dificultades que tienen con la lectura, dónde radican los aciertos, qué historias les llegan, cuáles necesitan, cuáles les duelen. Te cuento dos historias:
Una es a partir del cuento Caramelos de fruta y ojos grises, es la historia de un nene de la calle al que se le pierde su hermanita y posiblemente sea uno de los cuentos más duros que escribí. Yo le hubiera discutido a cualquiera que
tenía todo el derecho de hacerlo y que estaba bien que lo hiciera, pero cuando vi el efecto que les causaba me pregunté ¿puedo hacer esto con un chico?
Es un cuento doblemente dañino, porque no solo plantea una situación cruel, sino que no deja ninguna clase de salida, se le perdió la hermanita y para siempre, es el destino de esa nenita a la que espantosamente hice querer a lo largo de las páginas.
En una oportunidad lo leí en un instituto donde viven chicas entre 8 y 18 años por haber cometido delitos; a medida que leía, se empezaron a levantar de a una y se fueron prácticamente todas y creo que hicieron muy bien ¿quién era yo para ponerles en la cara el dolor en el que estaban sumergidas?
Escuela a la que voy, las maestras me dicen: “Ese cuento no les gustó, les hizo mal”. Un nene me dijo que no me iba a leer más.
Me arrepentí de haberlo escrito, es un cuento que no volvería a escribir jamás, porque yo los vi doloridos y nada más, no había más que dolor.
Pero lo aprendí estando con ellos, en el contacto con la realidad.
La otra es en relación al libro Sucedió en Colores, cuentos donde relato historias acerca del rojo, blanco, verde, negro y amarillo sin mencionar el color.
En general les gustan mucho y entonces aprovecho para contarles que yo los aprendí cuando era chica, mi mamá murió y mi papá se quedó solo con la casa y cuatro hijos. Cada tarde, al regresar de la fábrica, mientras tomábamos el té con leche o cuando lavaba los guardapolvos en el lavarropas a paleta, él nos hacía adivinanzas con los colores. Algunas las recuerdo y se las recito, por ejemplo: “Cuando cae la nieve, la mansa gaviota nos teje tricota de gruesa lana, ella toma leche, dulce y calentita, en una tacita de porcelana”.