"Si casi no toco el suelo, detenedme, que me vuelo"
Biografía de Baldomero Fernández Moreno
Fernández Moreno nació en 1886, en Buenos Aires, donde murió en 1950. Entre 1892 y 1899 vivió con su familia en España y al regresar a la Argentina se graduó de médico y ejerció poco tiempo su profesión en el interior.
Perteneciente a la generación posterior al modernismo, Fernández Moreno (éste fue su nombre literario) descolló como poeta de lo cotidiano, de las cosas sencillas, todo ello expresado en versos directos y armoniosos, de raíz hispánica. Las iniciales del misal (su primer libro, en 1915), Versos de Negrita (1920), El hogar en el campo (1923), Aldea española (1925), El hijo (1926), Seguidillas (1936), Antología (1941), son algunos de los títulos que integran su obra poética. En prosa escribió La patria desconocida (1943) y otras páginas no recogidas aún totalmente en volumen.
Borges le atribuye a nuestro poeta la “percepción genial del mundo exterior”; y Lugones, el “don sutilísimo de observación instantánea”.Perteneciente a la generación posterior al modernismo, Fernández Moreno (éste fue su nombre literario) descolló como poeta de lo cotidiano, de las cosas sencillas, todo ello expresado en versos directos y armoniosos, de raíz hispánica. Las iniciales del misal (su primer libro, en 1915), Versos de Negrita (1920), El hogar en el campo (1923), Aldea española (1925), El hijo (1926), Seguidillas (1936), Antología (1941), son algunos de los títulos que integran su obra poética. En prosa escribió La patria desconocida (1943) y otras páginas no recogidas aún totalmente en volumen.
SETENTA BALCONES Y NINGUNA FLOR
Setenta balcones hay en esta casa,
setenta balcones y ninguna flor...
A sus habitantes, Señor, qué les pasa
Odian el perfume, odian el color
La piedra desnuda de tristeza agobia,
dan una tristeza los negros balcones
No hay en esta casa una niña novia
No hay algún poeta bobo de ilusiones
Ninguno desea ver tras los cristales
una diminuta copia de jardín
En la piedra blanca trepar los rosales,
en los hierros negros abrirse un jazmín
Si no aman las plantas no amarán el ave,
no sabrán de música, de rimas, de amor.
Nunca se oirá un beso, jamás se oirá un clave...
Setenta balcones y ninguna flor.
BUENO ¿Y QUÉ?
Aunque tuvieras, poeta,
un castillo en una cumbre,
un salón lleno de lumbre
y un gran sillón de vaqueta;
al llegar la noche quieta,
sobre mi hastío de pié,
me diría: bueno, ¿y qué?
y componiéndome el talle
me largaría a la calle,
a la calle y al café.
un castillo en una cumbre,
un salón lleno de lumbre
y un gran sillón de vaqueta;
al llegar la noche quieta,
sobre mi hastío de pié,
me diría: bueno, ¿y qué?
y componiéndome el talle
me largaría a la calle,
a la calle y al café.
AROMAS
Cuando regreso a casa no me lavo las manos
si es que he estado contigo un instante no más,
el aroma retengo que tú dejas en ellas
como una joya vaga o una flor ideal.
Por aquí huelo a rosas y por allá a jazmines,
alientos de tus ropas, auras de tu beldad,
aproximo una silla y me siento a la mesa
y sabe a ti y a trigo el bocado de pan.
Y todo el mundo ignora por qué huelo mis manos
o las miro a menudo con tanta suavidad,
o las alzo a la luna bajo las arboledas
como si fueran dignas de hundirse en tu cristal.
Y así hasta media noche cuando vuelvo rendido
pegado a las fachadas y me voy a acostar,
entonces tengo envidia del agua que las lava
y que, con tu perfume, da un suspiro y se va
"Sin duda, Baldomero capta con originalidad la poesía de la vida concreta. Mira a su alrededor, no mira lejos. Despoja de adornos su verso y exalta nuevos temas: sucesos de la vida diaria, memorias, viajes ciudades, caminos, aldeas, vías abandonadas". Gerardo Diego si es que he estado contigo un instante no más,
el aroma retengo que tú dejas en ellas
como una joya vaga o una flor ideal.
Por aquí huelo a rosas y por allá a jazmines,
alientos de tus ropas, auras de tu beldad,
aproximo una silla y me siento a la mesa
y sabe a ti y a trigo el bocado de pan.
Y todo el mundo ignora por qué huelo mis manos
o las miro a menudo con tanta suavidad,
o las alzo a la luna bajo las arboledas
como si fueran dignas de hundirse en tu cristal.
Y así hasta media noche cuando vuelvo rendido
pegado a las fachadas y me voy a acostar,
entonces tengo envidia del agua que las lava
y que, con tu perfume, da un suspiro y se va